Cambio de modelo energético.
En primer lugar, es preciso que el sistema energético evolucione hacia otro modelo basado en una mayor diversificación energética, con un elevado aprovechamiento de los recursos autóctonos y renovables; en una mejor gestión de la demanda, poniendo en valor medidas de ahorro y eficiencia; y en unos altos niveles de autosuficiencia de los centros de consumo. Ello exigirá una profunda transformación del sistema energético actual, cuyo alcance, dada su trascendencia, debe situarse en el largo plazo.
“Un cambio de modelo para una nueva cultura energética”
El cambio de escenario energético mundial está ya en gestación. La disponibilidad de energía fósil en grandes cantidades va a verse reducida en los próximos años, tanto por el agotamiento de los recursos y el fenómeno del cénit del petróleo como por la presión que ejerce sobre los mercados la demanda de los países emergentes. Es preciso que se implanten y se generalicen nuevas formas de gestión colectiva de necesidades, de sistemas urbanos y de las redes. Esta nueva forma de vivir y producir necesita nuevas formas de organización social. En primer lugar, se necesita un reforzamiento cualitativo de la gestión colectiva. La política energética debe incorporarse activamente al proceso ordenador del territorio desde su inicio. La dimensión energética ha de introducirse en las decisiones básicas de crecimiento urbano y ordenación de usos para garantizar un desarrollo equilibrado y sostenible.
Algo tiene que cambiar en la sociedad: una nueva cultura energética
El paradigma de la satisfacción de las demandas de la población y de las empresas debe ser sustituido por otro en el que rijan los principios de autosuficiencia y adaptación a las condiciones específicas. Autosuficiencia que implica el que sólo se trasladen a la red aquellas demandas de energía que no es posible resolver con soluciones autosuficientes y renovables. No se pretende el aislamiento de las unidades de consumo, sino una modificación sustancial respecto a la dependencia absoluta de la red que caracteriza la situación actual. Y adaptación de las formas de producir y de vivir a las condiciones climáticas, territoriales y culturales.
“En el camino hacia la nueva cultura energética, serán claves los mensajes que reciba la ciudadanía y la definición de enfoques y soluciones plenamente adaptados a las condiciones de la región”.
Este cambio hacia un modelo energético más sostenible desde el punto de vista social, económico y ambiental no puede hacerse sin la implicación decidida de todos los agentes económicos y sociales, en todos los ámbitos. Y esto sólo será posible si se crea una conciencia colectiva que reconozca la energía como un bien valioso y escaso, y asuma la necesidad de adaptarse a otras pautas de consumo y de colaborar en la creación de condiciones de equilibrio en el sistema energético. En el nuevo modelo energético, la cultura del ahorro queda integrada en la población, influyendo en sus hábitos de consumo, modos de desplazamiento o demanda de servicios energéticos. La conciencia colectiva por el problema de la energía y sus consecuencias medioambientales moverá a los ciudadanos y a las empresas a usarla de forma racional, propiciando el máximo nivel de autosuficiencia, empleando sistemas más eficientes y procurando el máximo ahorro. No obstante, hay que tener presente que los logros en ahorro y eficiencia tienen un límite marcado por las dotaciones de equipos, por los hábitos de uso y por las propias restricciones de la prestación individualizada de servicios. Las mejoras en ahorro y eficiencia vendrán acompañadas de nuevas formas de gestión colectiva de servicios comunes centralizados a nivel de edificio colectivo y de barrio y de las redes locales. En este sentido, las experiencias de sistemas de climatización colectiva en barrios, pequeñas ciudades o polígonos industriales están señalando un camino que abre muchas oportunidades a la optimización energética. El concepto “nueva cultura de la energía” emana de la ineludible necesidad de dar respuesta al complejo reto del cambio climático, la vulnerabilidad de un sistema energético vertebrado en los combustibles fósiles y el compromiso de garantizar el suministro energético de calidad a la ciudadanía.
En este sentido, Andalucía se debe plantear las siguientes claves para el éxito de su nuevo marco energético:
– una adecuada gestión de una demanda creciente de energía,
– el principio de autosuficiencia,
– el abandono progresivo de los combustibles fósiles a favor de las energías renovables,
– la integración de la innovación y las nuevas tecnologías en materia energética,
– la transversalidad de las estrategias energéticas en todos los órdenes, con especial consideración en la ordenación del territorio,
– introducir en la sociedad el valor del uso racional de la energía.
En ese camino hacia la nueva cultura energética, serán claves los mensajes que reciba la ciudadanía y la definición de enfoques y soluciones plenamente adaptados a las condiciones climáticas, económicas, ambientales y sociales de Andalucía. La respuesta final será tanto la modificación de hábitos como el desarrollo de una nueva capacidad de gestión colectiva de las necesidades energéticas y de otros aprovisionamientos de interés general. La Administración debe ser un ejemplo en el buen uso de la energía, asumiendo un compromiso propio de autosuficiencia y ahorro energético que sirva de referencia a la población en general; servir de estímulo para generalizar el buen uso de la energía en los ámbitos empresariales, en las importantes políticas locales de gestión urbana, en la reducción de las demandas básicas de movilidad, en el cambio modal en los desplazamientos o en la política industrial. A la planificación urbanística le toca promover la dotación de instalaciones de generación en las redes de servicios públicos, así como en los diferentes centros de consumo (parques empresariales, edificios, etcétera), además de promover medidas que optimicen el consumo energético de los edificios y urbanizaciones, tanto de los ya existentes como de nueva planta. En este nuevo modelo energético, la ciudadanía tendrá un papel activo, ya que no sólo se limitará a demandar y consumir energía, sino que habrá de hacerlo con conciencia, bajo criterios de ahorro y eficiencia energética. Los hábitos de gestión individualizada de los consumos serán complementados por la gestión colectiva de parte del sistema energético. Será, por tanto, necesaria una labor de formación e información por parte de la Administración para conseguir la progresiva implantación en la sociedad andaluza de nuevos valores de la energía como bien básico y escaso. Cambio de valores que lleva aparejada la aceptación del principio de adaptación. Es decir, en Andalucía se debe vivir de forma singular y adaptada a las condiciones ambientales y territoriales de la región.
Llamada a la inteligencia: innovación en tecnología y procesos
Las nuevas tecnologías energéticas y las de adaptación de instalaciones y procesos son, en general, de carácter emergente. Tienen gran recorrido de penetración en los mercados, lo que las hace más atractivas, si cabe, para realizar un esfuerzo en desarrollo e innovación. En otros campos (como el aeronáutico o los computadores) se alcanzó la madurez tecnológica y el pleno desarrollo de los mercados en la segunda mitad del siglo XX, propiciando que en dichos sectores existan regiones del mundo ya posicionadas tecnológicamente. En el campo de las energías renovables, las nuevas técnicas de ahorro, los sistemas innovadores de gestión de la energía, etcétera, se prevé que el desarrollo completo de los mercados tenga lugar en las primeras décadas del siglo XXI. Por tanto, la innovación en materia energética es no sólo una necesidad impuesta, sino una excelente oportunidad para que Andalucía se sitúe entre las regiones más avanzadas del mundo, al ser deficitaria en recursos energéticos fósiles pero muy rica en renovables y competente para organizar sus capacidades adaptándolas a sus especificidades territoriales y culturales. Hay potencial eólico aprovechable, alta disponibilidad de biomasa de carácter residual, gran capacidad para producir cultivos energéticos… Y, sobre todo, Andalucía destaca, respecto de la mayoría de las regiones de la Unión Europea (y del mundo desarrollado en general), en abundancia del recurso solar.