30 años del Protocolo de Montreal
- On 11 septiembre, 2017
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- cambio climático, colectivos, emisiones
El Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono fue diseñado para reducir la producción y consumo de sustancias que agotan la capa de ozono reduciendo su abundancia en la atmosfera protegiendo así la frágil capa de ozono de nuestro planeta. El Protocolo de Montreal original se concertó el 16 de septiembre de 1987 y entró en vigor el 1 de enero de 1989.
La llamada capa de ozono es en realidad una región atmosférica entre los 15 y los 35 km de altura, donde se concentra cerca del 90 % de todo el ozono que existe en la atmósfera. El ozono se compone de tres átomos de oxígeno, y es un compuesto muy reactivo, lo que provoca daños en los tejidos de animales y plantas, al ser inhalado o absorbido (aunque, a bajas concentraciones puede tener efectos positivos). El aumento de la concentración de ozono en la baja atmósfera, que se está produciendo hoy día en zonas contaminadas del planeta, es perjudicial, y está causando serios problemas de salud pública en dichas zonas, además de contribuir al calentamiento terrestre, por ser un gas de invernadero.
Sin embargo, el papel del ozono en la estratosfera es muy beneficioso y fundamental, porque filtra la radiación ultravioleta conocida como UV-B. Esta radiación causa daños a los organismos al ser absorbida por diversas moléculas, debido a los cambios físico-químicos que induce en las mismas, lo que es perjudicial para la piel y los ojos (quemaduras, cánceres, cataratas) y debilita el sistema inmunológico, además de reducir el rendimiento de las cosechas.
El ozono se forma y se destruye continuamente en la atmósfera, pero la cantidad de este compuesto en un área determinada de la estratosfera, aún cuando oscila en función de la actividad solar y las estaciones, se mantiene dentro de límites bastante constantes. El equilibrio que existía entre los procesos de formación y destrucción del ozono se ha roto, desde hace unas décadas, a favor de estos últimos, con lo que la capa de ozono está sufriendo desde entonces un desgaste paulatino.
En efecto, el ser humano lleva emitiendo a la atmósfera desde los años 30 del siglo XX (y, de forma masiva, desde mediados de dicho siglo) diversas familias de compuestos caracterizados por tener en sus moléculas átomos de cloro (Cl) y/o de bromo (Br). Muchos de estos compuestos son inertes en la baja atmósfera, pero al llegar a la estratosfera, la radiación ultravioleta del sol los fotoliza (los rompe), liberando átomos de Cl y/o Br, que incrementan enormemente la eficacia de los procesos de destrucción del ozono, lo que provoca el desequilibrio mencionado en el párrafo anterior, y la destrucción de la capa de ozono. Todos hemos oído hablar de los CFC, identificados como los primeros culpables de esta destrucción, pero hay varios tipos más de tales sustancias, como los halones, HCFC, ciertos hidrocarburos halogenados, como el bromuro de metilo (Br Me), etc.
Desde 1973 se conoce la capacidad destructora del ozono de compuestos como los CFC. Para intentar evitar esto, varios países prohibieron el uso de los CFC en aerosoles durante la década de los 70; sin embargo, se encontraron nuevos usos para los CFC (como agentes limpiadores en la industria electrónica, por ejemplo), y la producción aumentó mucho durante los años 80. Igual que ahora, se consideró que ya no había problema tras esta prohibición; además, no se detectaban descensos muy apreciables en la cantidad total de ozono, con lo que la cuestión de la capa de ozono dejó de ser noticia (si bien si había alguna medida de fuertes descensos en el ozono antártico). Pero, en 1985, el inesperado descubrimiento del agujero de ozono antártico volvió a traer el tema a la atención general.
Es curioso que donde primero se notó el efecto de los compuestos destructores de la capa de ozono fuera justamente en la parte del mundo donde prácticamente no había ninguna emisión de los mismos. Allí, una combinación de procesos químicos (favorecidos por las bajísimas temperaturas, que posibilitan la formación de nubes estratosféricas polares), y del aislamiento de las masas de aire antárticas, favorece una acumulación de cloro y bromo activos (en forma de moléculas de cloro -Cl2 – y de otros compuestos como el ClOH) durante la noche polar. Al empezar la primavera austral en septiembre-octubre, la luz solar descompone estas moléculas, dando radicales cloro y bromo activos, que producen en pocos días la espectacular destrucción del ozono estratosférico sobre la Antártida, conocida como el agujero de ozono. Al avanzar la primavera, el agujero se cierra. Además de este fenómeno se observó una disminución de la cantidad global de ozono (del orden de un 3 % cada década), y la aparición de pequeños agujeros en latitudes altas del hemisferio norte.
Los científicos tardaron menos de dos años en ofrecer pruebas claras de los mecanismos de destrucción del ozono antártico y del origen humano de este hecho. Las grandes multinacionales productoras de CFC tardaron varios años más en reconocer la responsabilidad de sus productos y, cuando lo hicieron (después de gastar millones de dólares en intentar demostrar la inocencia de los CFC), se convirtieron en las primeras defensoras de la capa de ozono (o así lo quisieron presentar). En realidad, lo que hicieron fue sustituir los CFC por compuestos similares (HCFC, HFC), que destruyen la capa de ozono, aunque bastante menos que los CFC en el caso de los primeros, y que son potentes gases de invernadero (ambos tipos de compuestos). Las multinacionales siguen apostando fuerte por estos compuestos y despreciando alternativas mucho mejores para el ambiente, ya que necesitan recuperar sus inversiones.
Las medidas de control y prohibición del uso de los compuestos destructores del ozono, que comenzaron en 1987 con el Protocolo de Montreal, y se fueron endureciendo en la década de los 90, en las sucesivas enmiendas al protocolo, han evitado probablemente una destrucción masiva de la capa de ozono, con los consiguientes daños a personas y seres vivos en general.
El 16 de septiembre de 2009, la Convención de Viena y el Protocolo de Montreal se convirtieron en los primeros tratados de la historia de las Naciones Unidas en lograr la ratificación universal.
Las Partes en el Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono llegaron a un acuerdo en su 28ª Reunión de las Partes el 15 de octubre de 2016 en Kigali, Rwanda, para eliminar gradualmente los hidrofluorocarbonos (HFC).
Ecologistas en Acción
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